viernes, 2 de febrero de 2018

Basik Sessions: confesiones de una banda que se fundió con su público

Hemos asistido a ponencias en los lugares más extraños. El ático de la torre acristalada, allí donde se rompía la madrileña coraza de niebla, fue un escenario especialmente cotidiano si lo comparamos con el jardín interior o la nave industrial cuyo único contenido consistía en una mesa de oficina y unos pupitres que parecían flotar en el vacío.

En la torre acristalada, como decíamos, fuimos educados en el funcionamiento maquiavélico de las redes sociales antes de presenciar, perplejos, la transformación del espacio en una mesa de lutier. Una mujer de pálidas manos desmembraba los cuerpos yacientes de guitarras. Con su voz sombría, con un discurso quirúrgico que pausaba a cada momento, desafió el ideal de pulcritud que con tanta vehemencia se persigue en los ambientes corporativos.

―Atento a la ventana ―le murmura Mar a Jorge en algún momento del taller. Molesto por verse distraído de tan jugoso simposio, Jorge alza la vista y lo ve: hay una sombra, un funambulista cruzando de un edificio a otro sobre un hilo invisible. Ropa de trabajo, pantalones de mil bolsillos; paños, unos grasientos y otros relucientes, le cuelgan por doquier.
―Está limpiando las ventanas, ¿qué tiene de especial? ―responde nuestro guitarrista, que se zambulle de nuevo en el paisaje de mástiles y cajas de resonancia.
―No es momento para tonterías ―sentencia Javier al final de la clase, cuando le explicamos lo que se ha perdido por sentarse de espaldas al ventanal. Instintivamente, ha lanzado una mirada a los vidrios, donde ya sólo se ve un sol gélido, ocultándose tras las siluetas del Sistema Central.

Es en este momento cuando nos presentan a Aurora, el nuevo contacto de prensa de Top Artist Promotion. Aurora posee una capacidad extraordinaria para aferrarse a la tierra y hacer que los artistas, tan propensos a los vuelos extrasolares, desciendan con ella. Armada con una tenacidad ilimitada, nos va a abrir las puertas de medios insospechados y va a procurar que los más exigentes se apasionen con nuestro proyecto.

Gracias a ella, conocimos a Fernandisco, el mítico locutor de los Cuarenta Principales; a través de su mediación, Curro Castillo nos abrió las puertas de Onda Madrid, y también su coraje nos llevó a Radio Nacional de España, que nos hizo partícipes de un delirante programa en los jardines del Museo Lázaro Galdiano.



Uno de sus logros más originales tuvo lugar el pasado 17 de Noviembre en el barrio de La Latina, donde conviven el hermético convento y el ateo convencido, el corazón ávido de cultura y la piel de gastados ladrillos, asomando por la cal quebrada. Así como el metro de Moscú está henchido de la suntuosidad de otro tiempo, el antiguo Palacio del Duque de Alba ofrece, a emprendedores y artistas, un espacio de creación entre las cenizas del antiguo régimen.

TeamLabs es el nombre de la plataforma alojada entre los muros y Rock Alive la agencia que contó con nuestro acústico en una de sus Basik Sessions. Horas antes de la actuación, ya nos encontrábamos allí, montando el set en una estancia distinta, vigilados de cerca por cámaras de vídeo y focos y rostros concentrados en diminutas pantallas. Un minimalismo de colores vivos contrasta con las techumbres de madera tallada, la desolación de los muebles de caoba, los sillones de terciopelo: contagiados de esta poesía extraña, nuestros tres mejores temas se grabaron en vídeo. Si echáis un vistazo a las redes de Basik Sessions, podréis haceros una idea de lo singular que es esta experiencia.

Lo mejor de la velada estaba por llegar. Con asombro, veíamos el gran salón donde íbamos a tocar, sin escenario, sin micrófonos, pues tan nítida era la acústica del lugar. Sólo un sofá y unas banquetas sobre el crujiente parqué nos planteaban el desafío de enfrentarnos cara a cara con el público. Un público que, discurriendo como una corriente de agua, acabó por llenar la sala hasta el abarrotamiento.

Para entonces, nosotros ya habíamos tomado contacto con los otros dos proyectos que actuarían esa noche: 

1. El folk del norteamericano Burt Byler tiene ese sabor agrio de quien lucha contra lo establecido. Canciones arrojadas sobre la arena, abrasadas al sol, tañidas por un hombre de trato cálido y atento. Su aspecto campestre, con la barba tupida y el sombrero de ala ancha, contrasta con cierta dulzura en la mirada.

2. Caña y media aportaron el toque festivo a la velada. Por mucho que algunas de sus canciones partieran de una situación amarga, la alegría desbocada no tardaba en llegar. Las palmas, el movimiento de los cuerpos, las sonrisas… Era imposible no contagiarse.

Llega entonces nuestro turno. Héctor hace un pequeño ajuste en el cuerpo de su clarinete, Mar intenta acercarse al micrófono y advierte, en ausencia del mismo, que sólo ha hecho un gesto en el aire. Sobre nuestras cabezas, el dios Baco bebe y delira rodeado de querubines. No parece percatarse de las grietas, del deterioro inevitable del fresco que amenaza con borrarle del Olimpo.

Jor’a, Unavoidable, The Wheel, Disappointing You… En cada una de ellas, sentimos la respiración del público, un latido agitado, el golpe de un talón sobresaltado por el estallido ―repentino― de alguna de las canciones. Alguien de la segunda fila utiliza un perfume agridulce que deja un rastro de selva en la garganta. Los aplausos nos demuestran el compromiso de este público agradecido, que no conversa en baja voz, que ni siquiera comparte una palabra susurrada con el amigo de al lado, tan sólo parece mantener la respiración y dejarse llevar por este hechizo tan nuestro.





―¿Por qué no os he oído todavía en Radio 3? ―nos pregunta un fan al final de la actuación.
A veces, es tan sólo una cuestión de tiempo o quizás de hacer el ruido suficiente. No obstante, aprovechamos para hablarle de nuestra experiencia con Radio Nacional en el Museo Lázaro Galdiano; también de la colección de pinturas de El Bosco que la institución alberga y de cómo paraíso e infierno pueden fundirse en un tríptico aterrador.

En algún momento, cuando ya nos hemos despedido del personal de Rock Alive, Mar divisa al trasluz de un pasillo una silueta familiar. Nuestra cantante recuerda su edad inestimable, sus fuertes cabellos, salpicados aquí y allá de finas hebras grises. Sintiendo el galopar de su pulso, Mar se lanza a seguirla. Quiere pararla y hablar con ella después de tanto tiempo, pero la figura no parece darse cuenta. Angostos corredores, que hasta ese momento no parecían estar allí, son testigos de lo que prácticamente es una persecución. Una esquina, un descansillo de luz agónica, jambas con relieves intrincados, un umbral y el aire frío de la calle. Mar está a punto de alcanzarla. Es tan sólo cuestión de bajar un escalón y…

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