martes, 16 de enero de 2018

TAP Music Awards: la gala a la que los fabricantes de hits no querían que fueses

¿Te imaginas que un día te dicen que todo cuanto has hecho por encontrarte a ti mismo, haciendo lo que amas, no sirve para nada? Porque en el mundo ya está todo inventado y, si quieres ser original, nadie te va a escuchar. 

El veneno del pensamiento conformista se manifiesta en frases como éstas. Sus efectos son especialmente nocivos en personas que se dejan llevar fácilmente por la banalidad de las modas, que sienten miedo de ser censurados si leen, ven o escuchan algo que no se encuentre en primera línea de actualidad. Cuántos artistas, dándose por vencidos, habrán hecho caso a los consejos de estas mentes dormidas para confirmar, al cabo del tiempo, que el miedo al fracaso es la vía más directa al fracaso mismo.


Desde hace algunos años, hemos ido conociendo a otras bandas y artistas que, como nosotros, se han mantenido firmes ante aquellas voces que nos aconsejaban no destacar entre la multitud. A razón de seguir nuestro propio código, hemos juntado fuerzas, coincidiendo a veces en el mismo sello discográfico o siendo representados por el mismo mánager. Así, unidos en un sólido carcaj, los que parecíamos frágiles flechas hemos impedido que las fuerzas del conservadurismo nos dobleguen, logrando, incluso, que nos vean como creatividades hostiles.

Los años de resistencia han acabado por dar su fruto. De pronto, medios de gran envergadura como Mediaset, Radio Nacional de España o Telemadrid se han interesado por nuestro trabajo, abriéndonos una ventana allí donde antes veíamos un muro infranqueable.

No es un capricho del destino que varias flechas del carcaj de Top Artist Promotion nos uniéramos otra vez para ofreceros el concierto del año. El evento organizado en la madrileña sala Copérnico, el pasado 11 de Noviembre, pretendía, por un lado, festejar las posiciones ganadas en nuestra batalla y, por otro, conquistar nuevos emplazamientos en la memoria colectiva.


Contrabanda, La ley de Mantua, Sin y Neverend… caras conocidas que el cartel había reunido en un punto crucial de su carrera: aquél en el que sales al frente y te das cuenta de que has perdido el miedo. Porque perder el miedo no es tan fácil. En los puestos de vanguardia, hay cristales de hielo que se clavan en la piel a cada estallido de artillería, los territorios hostiles se hermetizan con un velo de afilado alambre y las tempestades se adhieren a lo profundo de tus huesos. Siempre habrá censores dispuestos a dispararte, heraldos que inventan noticias sobre tu muerte, y, desde la seguridad de retaguardia, oirás voces que proclaman la facilidad con que ellas mismas crearían una música igual o mejor que la tuya. Convivir en el páramo con tales fantasmas es una experiencia aterradora. Y no nos avergüenza reconocerlo: hemos sentido miedo.

Bajo un cielo sucio, cercado en angostas galerías por las casonas del barrio de Argüelles, esperábamos a que la Copérnico nos abriera su puerta trasera para entrar con los equipos. Nuestra conversación languidecía en ráfagas de olor a vino agrio y, de haber estado atentos, hubiéramos reparado en las figuras que Kepa, nuestro técnico de sonido, era capaz de hacer con el humo de su purito: copos de nieve, trastes, cuerdas, conectores… Su respeto por los no fumadores, sin embargo, lo llevó a apartarse discretamente y disfrutar para sí de esta sublime habilidad.

La llegada paulatina de nuestros compañeros de cartel envolvió la calle en un denso murmullo. Así como un acople de micrófono se incrementa hasta el dolor, la letanía fue hinchándose para estallar en alboroto: un alboroto festivo que ni siquiera la apertura del portón logró aplacar.

Por la escalera ennegrecida bajaron las voces, desde la calle hasta el corazón de la sala. Algunos nos llegamos a preguntar por qué la primera vez que descendimos, el acceso parecía estrecho y retorcido, y las siguientes veces, se nos fue antojando más amplio, más luminoso.
―Hoy día, somos muchas las salas que contamos con este sistema ―respondió un encargado cuando le preguntamos por el fenómeno―. El laberinto se desplaza y cambia la configuración de los pasillos.
Lo sorprendente de la respuesta hizo que a Jorge se le cayera una púa con la que distraía sus dedos nerviosos.

Ya sabéis que los montajes y las pruebas de sonido son algo muy rutinario. Cuando hay mucha gente transportando bultos, moviendo equipos, conectando y desconectando, suelen surgir roces, nerviosismo, pequeñas discusiones… Lorenzo, organizador del evento y mánager de casi todas las bandas, se mostró hábil en detectar esos hilos de tensión que amenazaban con enhebrarse. De pronto, se presentaba con una copa de vino o una bebida energética y sugería:
―Chicos, sed pro-activos ―pero su calidez no estaba exenta de un cierto apremio, de un tener los pies en la tierra.

En medio del tumulto, Kepa permanecía imperturbable. Envolviéndose en un profundo manto de calma, se puso a los mandos de la nave durante la prueba de sonido. Un timón ornamental lo vigilaba a pocos metros, pues todo aquel que haya visitado la Copérnico recordará el espacio decorado al estilo de un barco de antaño. 
―Habéis sonado mejor que nunca ―nos confirmarían varios seguidores después de la actuación.

Casi sin darnos cuenta, la noche se nos echa encima. El resplandor turbio de la sala se transforma en una atmósfera oceánica, viva, como si el fondo del mar se extendiese sobre nuestras cabezas sin tocarnos. Desde la penumbra del backstage, te atrapa el hambre de escenario, la pulsión de saltar sobre esas tablas y dejarte llevar por el devenir de las aguas. Ayudada por David y Héctor, Mar se desliza dentro del outfit a rayas blancas y negras que algunos medios, presentes en la sala, mentaron con admiración en sus críticas.

Y ya no queda tiempo. Estamos delante del público, encarando el apocalipsis con esperanza, defendiendo el derecho a aislarnos del mundo cuando éste nos oprime demasiado, describiendo la noche de terrores y abriendo un pasadizo luminoso por el que escapar de la misma.

Tampoco faltan los elementos clave de la batalla. Nos hemos enfrentado a ellos tantas veces… Pese a la distorsión de la guitarra, oímos los disparos desde las líneas enemigas. Javier construye un muro con cuatro cuerdas de acero; Mar dibuja una valla electrificada con los dedos, que se agitan con expresividad durante la puesta en escena de «The Wheel»; una afilada nevada azota el escenario y deja copos de metralla en nuestro pelo.


En algún momento de la contienda, el periodista Curro Castillo se ha acercado a Lorenzo para afirmar: 
―Esta banda es un auténtico filón. Si continúan trabajando así de bien, conseguirán traspasar todas las fronteras que se propongan.
Curro nos ha acogido numerosas veces en los estudios de Onda Madrid. Siempre que lo visitamos, nos recibe con abrazos, haciendo gala de una calidez sin precedentes y empatizando en antena con nuestros valores.

Nos gustaría dejar claro que, cuando un concierto de Neverend termina, el fragor de la lucha continúa. La labor que defendemos no sólo consiste en lo que sucede bajo los focos. Hay un espacio muy amplio en el cual somos invisibles, y esa invisibilidad nos ayuda a seguir moviendo fichas, a trazar estrategias para vencer a quienes pretenden acabar con las creatividades hostiles, y a transmitir el código que vosotros, amigos de nuestra causa, descifráis, compartís y convertís en lo más singular del mundo.



Fotos: Carmen Zamora, salvo la posicionada en último lugar, anónima.


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