lunes, 15 de febrero de 2016

Batallas de bandas. ¿Por qué fomentar la competitividad entre músicos?

Muchas bandas de rock nóveles –y no tan nóveles– que luchan por hacerse visibles, contemplan cotidianamente la necesidad de participar en diversos concursos musicales; certámenes que enfrentan a unos grupos contra otros por un premio más o menos interesante. Las condiciones de estos encuentros suelen consistir en adaptar el repertorio a un tiempo comprendido entre los treinta y los cuarenta y cinco minutos, conseguir reunir ante las tablas a un mínimo de cuarenta seguidores y compartir escenario con otras tres o cuatro formaciones.

En nuestro caso, la motivación para participar en un concurso, más que las promesas de lograr la ansiada recompensa, recae en la oportunidad de tocar en salas interesantes, la promoción derivada del concurso, los medios de comunicación que convoca y, en definitiva, la posible difusión de nuestra música.

© Sofía Boriosi
Lo cierto es que no son pocas las desventuras que hemos acarreado tras pasar por varios eventos de este tipo. Sin embargo, confesamos haber obtenido resultados bastante satisfactorios dentro del concurso Ingenios de la madrileña sala Caracol. Nos tiramos a esta piscina sin tener una idea clara de que, en realidad, consistía en una competición. ¡Era la sala Caracol! No necesitábamos mejor recompensa que el hecho de actuar allí.

Fue así que un cálido día de Mayo tocamos en una primera fase. La velada requirió el viaje transpirenaico de nuestra cantante Mar Souan, que en aquel momento vivía en París y que, dicho sea de paso, pensó que esa pequeña molestia en su garganta no sobreviviría al clima seco de la España continental. Craso error. Una especie de epidemia parecía haberse gestado en las laringes de los vocalistas participantes en el concurso, disculpándose tres de las cuatro bandas por la voz algo tocada, que no desastrada, de sus cantantes.

© Sofía Boriosi
La prueba de sonido es uno de los retos importantes de estos concursos. Si ya es complicado ajustarse a los tiempos de las hojas de ruta con dos bandas –como suele ser habitual en un concierto convencional–, imaginad con cuatro: al batería de una banda le incomoda la ubicación del charles, el guitarrista de otra se niega a utilizar un amplificador que no sea el suyo, un cantante no está conforme con lo que escucha por su monitor pero otro sí lo está… Si a todo esto le sumamos la falta de puntualidad de algunas personas, problemas técnicos con los equipos y un sinfín de posibles contratiempos, poseemos los ingredientes necesarios para sembrar el caos y la histeria generalizada, incrementando así las posibilidades de ofrecer un directo fallido por culpa de los nervios.

© Sofía Boriosi
No obstante, una vez superado el trauma de las pruebas de sonido, tan solo queda centrarse en el concierto que se tiene por delante. De esta manera, hemos logrado sobreponernos a las adversidades y actuar con toda nuestra fuerza e ilusión en la sala Caracol. En Neverend, solemos darle la puntilla justo antes de empezar, cual equipo de rugby, con un choque de puños entre nosotros y un «grito de guerra» que no reproduciremos aquí para no herir sensibilidades.

El resultado fue un gran concierto y una velada fantástica en la que entablamos, por si fuera poco, una entrañable amistad con alguna de las otras bandas. Este último factor tira un poco por tierra el presunto afán de competitividad entre grupos; una competitividad que, para nosotros, no tiene mucho sentido, pues la unión hace la fuerza.

martes, 2 de febrero de 2016

Recuerdos de nuestra primera gira

Toda banda que se precie atesora anécdotas más o menos peculiares de sus comienzos… Los primeros conciertos, la primera gira, la primera vez que alguien arrojó una hortaliza al escenario o vitoreó al grupo mientras mostraba orgulloso una camiseta con el nombre del mismo a las otras diez personas presentes en la sala. En Neverend no son pocas las historias, entrañables al fin y al cabo, que nos sonrojan. Sin embargo, recordamos con especial cariño -y ningún rubor, pues fue una experiencia inolvidable- la primera vez que salimos a tocar fuera de Madrid. Nuestro destino fue la localidad cántabra de Torrelavega.

Debemos destacar la especial implicación de Mar Souan en la organización del evento, ya que los veranos pasados con la familia en esta tierra le han granjeado un buen puñado de amigos, por no hablar del alojamiento gratuito al que los parientes de nuestra cantante nos abrieron las puertas.

Las estaciones meteorológicas marcaban un sofocante 90% de humedad cuando la pequeña furgoneta que habíamos alquilado se presentó en una aldea bastante apartada de la ajetreada Torrelavega. Minutos después de nuestro alunizaje en tan recóndito lugar, un pletórico David, nuestro batería, nos informó de que un coche que había pasado a su lado llevaba puesto a todo volumen nuestro tema «Apocalypse», por aquel entonces solo existente en maqueta. ¿Realidad o ficción? ¿O tal vez buenas amigas de la cantante que pasan con el coche en el momento y con la música oportuna? La ilusión de internacionalidad cántabra no tardó mucho en disiparse.

Tampoco faltó el recorrido turístico de rigor por el pueblecito, adoptando Mar un conseguido rol de reportera de «España directo», antes de ser conducidos a la casa rústica donde pasaríamos el fin de semana envueltos en jirones de niebla, una maravillosa vista de la lejana Universidad de Comillas y el canto de decenas de gallos. En la entrada, una gloriosa barandilla, diseñada expresamente para la casa, nos daba la bienvenida con su forja en forma de pentagrama sobre el cual se engarzaban esas celebérrimas notas de la Novena Sinfonía de Beethoven.


Al caer la tarde, nos desplazamos a la pequeña sala Arena de Torrelavega. Nuestros compañeros de cartel se hacían llamar MerylStreep, un cuarteto de muy marcada estética indie en el que tres jovencísimas santanderinas se hacían cargo de guitarra, bajo y voz principal, mientras que el batería, no menos joven que sus acompañantes, constituía la única presencia masculina del grupo. Ya en la prueba de sonido, hubo un momento muy original cuando el técnico de sonido preguntó a las chicas si tenían teclista. «Sí», respondió la aludida mientras sacaba del bolso un minúsculo teclado de juguete con un estampado de la rana Gustavo y el logotipo de «The Muppets» en vistosas letras doradas.

Después de aquella magnífica velada, salpicada toda ella de un cierto aroma almodovariano, nos dio mucha pena no poder quedarnos un rato más a tomar unos cachis de vino con nuestras compañeras, que tuvieron que regresar con cierto apresuramiento a la distante Santander.

No obstante, lo que más nos dolió fue que también nuestro guitarrista, Jorge Campos, tuviera que pasar la noche conduciendo, pues al día siguiente debía hallarse en Madrid por motivos laborales. A punto estuvo de perpetrar un plan para bañarnos en la playa de Comillas a altas horas de la madrugada pero, a día de hoy, todavía nos queda pendiente poner en práctica dicha aventura.

En vista del vacío que Jorge nos dejó en las fotografías de la estancia en Cantabria, no dudamos en reservarle un hueco en las tomas, de manera que, posteriormente, pudimos insertarlo con Photoshop y hacernos la ilusión, no sin poco regocijo, de que realmente estuvo allí.