lunes, 26 de diciembre de 2016

Noche de gala en Hollywood: todo lo que deseabas saber sobre nuestro viaje más emocionante (II)

Si hay algo por lo que Hollywood se caracteriza, es por su facilidad para sorprender al visitante con historias completamente inesperadas; escenas que te pillan por sorpresa, dinamitando la normalidad del día a día.

Así, en medio de Hollywood Boulevard, es posible toparse de pronto con la escultura de un coche estrellado contra el suelo, como si lo hubieran precipitado desde una azotea; o también con pequeños e inusitados detalles, como la huella en cemento de un famoso guitarrista que ha olvidado quitarse el slide antes de inmortalizar su mano. Tal vez, al cruzar una avenida, nos tropecemos con el mismísimo Béla Lugosi, huyendo de la policía junto con el resto del reparto y el equipo técnico, por no tener autorización para rodar en la calle (así reflejaba Tim Burton, en esa gran película que es «Ed Wood», su propia visión de un mundo cada vez más parecido a un tríptico del Bosco, pero con la añadidura de cámaras, focos, glamour y promesas de toda índole).

Aunque, en un ambiente semejante, llamar la atención pueda parecer algo imposible, en Neverend nos las arreglamos para atraer todas las miradas, tal como ya te contamos en la primera parte de esta aventura a orillas del Pacífico. Mar, Jorge y David habían partido a Los Ángeles para defender nuestra nominación en el marco de los Hollywood Music in Media Awards, los premios de música independiente más importantes del mundo.

Después de unos minutos muy intensos en el Henry Fonda Theatre, durante los cuales Mar concedió entrevistas a diversos medios, se abrieron las puertas del auditorio donde tendría lugar la cena de gala. El flamante escenario, con sus bambalinas sumergidas en un resplandor celeste, se encontraba listo para albergar las actuaciones que se sucederían durante la noche, entre ellas, la del grupo Stage 11, cuyo vocalista, Diego García, fue uno de los galardonados con los que trabamos amistad. Días después de nuestro regreso, Diego se tomó la molestia de escribirnos para manifestar lo mucho que le había gustado nuestro álbum «Silent» y las ganas que tenía de actuar en España.

Una vez se hallaron los asistentes acomodados en sus mesas, dio comienzo la función. Qué nervios. Ganáramos o no, nuestra foto se proyectaría, enorme, en una gran pantalla, ante cientos de posibles nuevos fans

A pesar de que nuestros compañeros de mesa eran personas a las que acabábamos de conocer, no dudaron un momento en acogernos dentro de su particular piña. Algunos se conocían de años anteriores en los que también habían sido nominados, mientras que otros, al igual que nosotros, acudían por primera vez a la gala. 

Lo más excepcional de aquella improvisada comunidad fue el apoyo que, en todo momento, nos demostramos mutuamente: nos entristecíamos cuando alguno de los reunidos no ganaba el premio y rompíamos a aplaudir cuando otro sí lo hacía (tal fue el caso de nuestra amiga Debra Gussin, galardonada con el premio a la mejor letrista). Una solidaridad así nos resultó tan grata como extraña en un ambiente competitivo. Quizás, deberíamos aprender de estas pequeñas lecciones de la vida, aparentemente contradictorias pero dotadas de un excepcional valor: ¿por qué ver a un competidor allí donde puedes ver a un amigo?

Por fin, llegó el momento en que el presentador Dylan Barry ―con quien Mar había tenido el placer de hablar por correo días antes, sin tener ni idea de que iba a presentar la gala― comenzó a abrir el sobre que decidiría nuestro destino. ¿Seríamos la mejor banda alternativa del mundo? ¿Los primeros españoles en ser reconocidos con un mérito semejante en estos grandes premios?

Por el momento, nos tendremos que conformar con ser los primeros del país en ser nominados en Hollywood dentro de la categoría «alternativa» y esperar a que la balanza, ya de por sí favorable, se incline un poquito, tan sólo un poquito más hacia nuestro lado. La mejor banda alternativa de 2016 fue Ships Have Sailed, a quienes transmitimos nuestra más sincera enhorabuena.

Nos resulta muy difícil describir esa sensación que nos asaltó segundos después de conocer el resultado, a medio camino entre el alivio y la decepción. Y qué mal momento, sin embargo, para sentirse decepcionado, pues la noche aún era joven y nos quedaba tanto trabajo por hacer, tantas personas a las que conocer. De manera que ese absurdo sentimiento se fue desvaneciendo poco a poco, como ahogado en la oscuridad del escenario una vez concluida la actuación.

La imprescindible fiesta en lo alto de una terraza nos aguardaba con sus cócteles y sus palmeras bañadas en luz tenue. Allí entablamos conversación con una persona que confesó haber intentado acercarse a nosotros repetidas veces, sin encontrar el momento oportuno. Se trataba de Samer Fanek, pianista y compositor de origen jordano que, tanto por su dedicación como por sus modales algo introvertidos, reunía todos los ingredientes para convertirse en el doble de nuestro teclista, Héctor. Tanto es así, que los chicos se comportaban con él con plena naturalidad y confianza, olvidando que Héctor y aquel artista del que acababan de hacerse amigos eran personas distintas.

La guinda de la noche la puso Errol Webber, cineasta ganador de un Óscar por la fotografía de «Songs by Prudence», que ni corto ni perezoso se aproximó a Mar para dedicarle unas palabras pletóricas:
―Me he acercado simplemente para decirte que toda tú vas fenomenal ―afirmó mientras gesticulaba amplia y acompasadamente, dotando cada movimiento de una gran expresividad.


Una conversación con Brent Harvey, máximo organizador de los Hollywood Music in Media Awards, tampoco podía faltar:
―Claro que sí, ¡Neverend! Vosotros sois los que habéis presentado el tema en acústico ―observaba Brent tras reconocernos en el acto―. Tenéis que saber que recibimos horas y horas de música, de artistas procedentes de todo el mundo. Siempre lo escuchamos todo, sin excepción, y finalmente escogemos sólo a unos pocos que juzgamos como los mejores: ¡los mejores profesionales a nivel mundial!

Al final de aquella grandiosa noche, los chicos regresaron al motel compartiendo coche con Samer, como si de nuevo hubieran olvidado que no se trataba de nuestro propio teclista.

Restaban menos de veinticuatro horas para que el Redbury Hotel abriera sus puertas con motivo de otro evento enmarcado dentro de los Hollywood Music in Media Awards. Se trataba de «The Mixer», una fiesta más informal que nos ayudó a completar nuestra larga lista de amigos… y de tarjetas con el contacto de dichos amigos. La colección que reunimos es impresionante. En un mundo en que todo parece funcionar de forma digital, a través de documentos y páginas intangibles, estas pequeñas estampas en cartón mantienen su discreta hegemonía en la sociedad.

No faltó la visita de rigor a Guitar Center, la legendaria tienda de instrumentos musicales con huellas de artistas famosos en el cemento de la entrada; ni la grabación de un último vídeo en Venice Beach, donde, sintiendo el tacto de la arena en los pies, los chicos compartieron las impresiones de un viaje inolvidable.


Si hay algo por lo que la vida se caracteriza, es por su facilidad para sorprender a quien la vive con historias completamente inesperadas. Uno piensa que ha conseguido hacerse un hueco en la normalidad del día a día y, sin embargo, una circunstancia con la que no contabas o una decisión aparentemente trivial lo dinamitan por completo. A veces, inviertes mucho esfuerzo en buscar este cambio, pues sabes que te va a hacer crecer como persona, enriquecerte con nuevas experiencias e incluso acercarte un poquito más a tus sueños, si es que los tienes.

Pues bien, el trabajo de Neverend no ha sido nada fácil a la hora de perseguir una oportunidad como ésta, hasta que, por fin, se nos ha presentado en el umbral mismo de nuestro local de ensayo. Ni que decir tiene que seguiremos tomándonos incontables molestias para formar parte de más y mejores historias, pues no nos cabe duda de que, en el fondo, el viaje a Los Ángeles nunca ha terminado.

viernes, 9 de diciembre de 2016

Noche de gala en Hollywood: todo lo que deseabas saber sobre nuestro viaje más emocionante (I)


Hay un lugar en Los Ángeles desde el cual, es posible abarcar con la mirada su firmamento de luces dispuestas en cuadrantes, sus infinitos bulevares de hasta treinta kilómetros. No se trata de ninguna de las colinas de Hollywood ni tampoco del observatorio Griffith, con su célebre panorámica de ese letrero, descomunal, que todos conocemos a través del cine. Hablamos de un simple promontorio en una autovía, un cambio de rasante que, una vez superado, ofrece al viajero europeo la visión de una de las mayores metrópolis ―con permiso de Nueva York, São Paulo o Ciudad de México― que puedan ver sus ojos.

Inconscientes aún de estas dimensiones tan poco habituales en el viejo continente, desembarcaban Mar, Jorge y David en la tierra de las oportunidades, después de largas horas sobrevolando el Atlántico, los Apalaches y las Rocosas. Su objetivo era representar a Neverend en la gala de los Hollywood Music in Media Awards, los premios de música independiente más importantes del mundo, en los que la banda había sido nominada junto a nombres como Justin Timberlake, Hans Zimmer, Trent Reznor o Pink, amén de toda una generación de músicos emergentes que no deberían tardar en hacerse hueco en los oídos del mundo.


Exhaustos pero llenos de esperanzas, como un fan incondicional que ha seguido a sus ídolos por medio globo, se instalaron los chicos en un modesto motel, a veinte minutos andando de las estrellas de la fama. Había algo en los corredores de ese alojamiento, en la piscina límpida y solitaria, y también en los desayunos al borde del agua; algo muy americano que nos recordaba a «Melrose Place», aquel mítico culebrón de los noventa.

Dos días tuvieron para adaptarse al nuevo entorno, aunque más bien parecieron dos minutos. Enseguida, llegó la noche en que Mar se vistió con ese traje futurista, imán de todas las miradas gracias a su blanco irisado y sus ecos de ciencia ficción. El hechizo que de él se desprendía convirtió la larga cola para entrar al Henry Fonda Theatre ―así como el posterior desfile por la alfombra roja― en una recepción en la corte de algún planeta lejano, habitado por una sociedad culta y sofisticada.

Ya durante la espera a las puertas del teatro, se acercaron artistas como el jovencísimo Drew o el galardonado Nicola Lerra ―ganador en la categoría «Clásica Contemporánea»― para dejarse sorprender por el conjunto de Mar.

En el interior del abarrotado edificio, decorado con unas reproducciones del Bosco que parecían multiplicar la concurrencia, nuestra cantante comenzó a ser solicitada por diversos medios. Y, a pesar de la larga cola de artistas que deseaban ser entrevistados, a pesar de que la contemplación del Jardín de las Delicias debió de resultarles muy oportuna a quienes tuvieron que esperar; a pesar de todo ello, las cámaras querían enfocar primero a nuestra cantante. ¿De quién es el diseño que luces? ¿Eres actriz o modelo? ¡Cuéntanos un poco! A lo que Mar respondía siempre con prudencia, preguntando antes de cada entrevista cuál era la mejor manera de gesticular, de dirigirse a cámara, pues de esta forma evitaría, en la medida de lo posible, cualquier choque cultural.

―Es un traje de Antonio Sicilia: con él, han desfilado en la Madrid Fashion Week. Y el estilismo es de Sabina Rivas ―explicaba nuestra vocalista, poniendo especial énfasis en los nombres propios, ya que, en el caso de Sabina, hablamos de una estilista con dilatada experiencia en producciones televisivas, como «Top Chef», «Casados a primera vista» o «Amar en tiempos revueltos».

Aún nos quedaba toda la noche por delante: estábamos ansiosos por entrar al auditorio donde tendría lugar la gala, por saber si seríamos la primera banda española de rock alternativo en ser galardonada en los Hollywood Music in Media Awards; también por saber si nuestras vidas cambiarían para siempre. No obstante, el mero hecho de acudir a Hollywood con una nominación en el currículo ya es un salto inmenso, algo que te da vértigo y te cambia sin remedio. ¿Qué sería de nosotros a partir de entonces? La vida es una continua incógnita, planteada a años luz de cualquier solución.


viernes, 4 de noviembre de 2016

Neverend en la sala Arena: detalles, emociones y retos del concierto de nuestras vidas

Dicen que se trabaja mejor bajo presión, sufriendo algún tipo de adversidad o encontrándose con una senda rebosante de obstáculos. Dicen también que el camino nunca es recto ni llano y que, en caso de serlo, los resultados son mediocres.

Una vez más, en el grupo hay diversidad de opiniones al respecto, de manera que, mientras algunos nos mostramos de acuerdo con estos preceptos, otros los rechazamos contundentemente, viéndolos como parte de una doctrina capitalista orientada a educar en la sumisión. Sin embargo, independientemente de nuestros criterios individuales, en Neverend siempre acabamos esforzándonos al máximo, trabajando y complicándonos la vida con tal de cumplir un único fin: marcar la diferencia.


Un hito importante en nuestro historial de adversidades es el que comienza con una lluvia torrencial y una cantante con la garganta dolorida. Como ya habréis adivinado algunos, Neverend estábamos a punto de afrontar, en esta tarde de perros, uno de nuestros grandes conciertos de la temporada en la sala Arena (antigua Heineken) de Madrid. Lo haríamos en compañía de La Ley de Mantua, Killing Pete y un público especialmente entregado.

Dos días llevaba Mar completamente muda, evitando emitir sonido alguno para retrasar esa afonía que amenazaba con apoderarse de su voz. En un momento dado, extrajo de su mochila una libreta y mostró a Héctor, nuestro teclista, lo que había escrito en ella: «Acompáñame a una farmacia». Y, así, a través de un papel ajado por la humedad, se fue comunicando Mar con todo aquel que la necesitase.
–Explícale que soy cantante, que actúo esta noche y necesito un remedio muy fuerte para estar a punto –anotaba Mar en su cuaderno.
–Este medicamento se lo recomendé a una cantante de ópera –relataba la farmacéutica con una voz templada, como de actriz de doblaje–. Al día siguiente, vino expresamente para agradecérmelo. Por lo visto, salvé su actuación.

Y, de regreso a la sala, soportando un aguacero propio de una escena de Blade Runner o Seven, nuestra cantante escribía: «No me fío de los homeopáticos. Voy a cruzar los dedos y a pensar que va a funcionar».


Una de las cosas más intrigantes de la Arena es ver cómo, bajo el resplandor de las luces de sala, el recinto se revela mucho más pequeño de lo que el espectáculo de iluminación –a veces del color del magma, otras como un fondo oceánico– deja entrever. Bajo el fulgor mortecino, no sólo se realizó la habitual prueba de sonido, sino que fuimos configurando las sorpresas que iban a decidir el éxito o el fracaso de nuestra actuación.

Las integrantes del coro que, durante la interpretación de Ruins, iban a cubrir su rostro con una máscara, se mostraban envueltas en sus abrigos, tratando de guarecerse de ese frío que te hace la vida imposible una vez que la lluvia te ha llegado hasta los huesos. Por su parte, Gala, la violinista, ocupaba un lugar lo suficientemente próximo al clarinete como para dar a Neverend un inusual aspecto de conjunto de cámara, de ensemble de música clásica.

Nuestro manager observaba la escena en lo alto de la sala VIP, la cual contaba con un balcón para ver las actuaciones desde un punto de vista privilegiado. «Verlo desde aquí impone mucho», nos confesaba. Desde ese mismo lugar, contemplaría Javier, nuestro bajista, la actuación de Killing Pete, envuelto en el mismo halo de melancolía. Puede que la perspectiva fuera propia de una divinidad o de un maestro titiritero que maneja despóticamente sus marionetas, sin embargo, observarlo todo desde allí arriba te hacía sentir muy pequeño, como un alma doblegada por las flaquezas de la gente corriente.

Faltando cada vez menos para nuestra salida al escenario, la puerta entreabierta del backstage revelaba una conversación.
–¿Qué tal, Álex? ¿Cómo llevas los nervios? –preguntaban a nuestro compañero de La Ley de Mantua.
–Fatal, tío. Cada vez que salgo al escenario, me siento como en mi primer concierto.
–En realidad, eso es lo bueno. Yo, en cambio, salgo demasiado tranquilo y me olvido de lo que realmente importa.

El resto de la historia ya lo sabéis, bien porque fuisteis al concierto o bien porque habéis leído las crónicas.


Nos queda la duda de si la medicina homeopática funcionó realmente o si fue el profundo silencio de Mar el que mantuvo su garganta a salvo. Tan sólo habló para atender una entrevista, por no quedar como una borde. Al final, su voz se proyectó del modo al que nos tiene acostumbrados, con el ímpetu de una masa enfurecida tratando de derribar un muro y con la dulzura de una persona muy cercana que te susurra: «No estás solo».

Dicen que las adversidades que te encuentras por el camino determinan los resultados, que el riesgo de fracasar es más alto, pero los triunfos son más grandes. Tal vez sea la doctrina de un capitalismo decadente o tal vez las palabras de un gran sabio, pero, en cualquier caso, la experiencia que hemos cosechado después de tropezar y partirnos los dientes ha sido más que satisfactoria. Lo más seguro es que sigamos acumulando dolores con tal de ofrecer lo mejor de nosotros, con tal de cumplir nuestra pequeña y extravagante obsesión: distinguirnos del resto.

lunes, 17 de octubre de 2016

Neverend en Hollywood: miedos, anhelos y esperanzas que no te habíamos contado

¿Has soñado alguna vez con ir a Hollywood? Es decir, no con visitarlo simplemente, haciéndote las clásicas fotos sobre las estrellas del Paseo de la Fama o sobre un fondo dominado por esas inmensas letras del color del marfil.

Nos referimos a formar parte del Star System, trabajar dentro de su complejo organismo y vivir en permanente relax económico, dedicándote a lo que amas de verdad, ya sea dentro del cine, la moda o la música.


Cuando Jorge comenzó a contar su extraño sueño, en el cual un viaje relámpago a Death Valley y después a San Francisco acababa con la recepción de un Grammy, algunos pensamos en la fama y el dinero como un ideal decadente, una treta más de los creadores del sueño americano para ocultar las miserias del mismo y vendernos su particular paraíso. A otros miembros de Neverend, en cambio, les encantaba ese sueño y pidieron a Jorge que dejara la guitarra a un lado para continuar su relato.

Ya fuera desolados o inmensamente felices, no nos costó imaginarnos en una de esas lujosas fiestas en la terraza de un gran hotel de Los Angeles, rodeados de productores famosos y peces gordos de la industria discográfica. Por doquier, se proyectaban los destellos del agua de las piscinas, iluminados sus fondos con luces tenues, y, en la corta distancia, nos vigilaban los rascacielos acristalados, hirvientes de vida a otras horas del día, pero lúgubres en la madrugada.

Al día siguiente, se nos quedaron los ojos como platos cuando Mar afirmó haber soñado algo muy parecido, una suerte de continuación de la historia que se había fraguado en la mente dormida de Jorge.
–¡No era la ceremonia de los Grammy! –le inquirió Mar, como corrigiéndole–. Eran unos premios extraños, dedicados a la música indie. Eso sí, eran los premios indies más importantes del mundo.

Durante toda la semana, Javier, Héctor, David, fueron relatando sus respectivas secuelas del sueño hollywoodiense, como si nuestras mentes hubieran estado conectadas a una misma fuente de ilusiones o nos hubiéramos dormido en una sala de cine, viendo la misma película. Discutíamos acaloradamente, nos corregíamos los unos a los otros y siempre había alguien dispuesto a asegurar que su percepción de algún detalle del sueño era la correcta.
–Hollywood Music in Media Awards…
–¿Cómo dices?
–Ése era el nombre de los premios.
–¡Imposible! No puede haber certamen con un nombre tan largo.
–Vamos a buscarlo en Internet, a ver si existe.

Y, cuando nos preguntábamos acerca de qué hacíamos allí, Javier respondía que habíamos sido nominados por nuestro tema «Ruins».
–En su versión acústica –matizaba Héctor, pero nadie estaba de acuerdo en que una adaptación del original pudiera ser mencionada en unos grandes premios.
–Por cierto, ¿dónde está David? Llega tarde al ensayo.
–Se me olvidaba comentarlo. Aún sigue en Yellowstone. Deberíamos enviarle un Whatsapp con los horarios del bus.


Tus sueños pueden ser ridículos, inconfesables, monstruosos o fascinantes, de esos que te embriagan tanto que no deseas despertar de los mismos. Sin embargo, si no has soñado nunca, es que no has vivido. Por mucho que no desees compartir tus anhelos, tal vez tus miedos, no dejes de dar rienda suelta a tu imaginación. Y es que, en sueños, la vida es interminable.

martes, 20 de septiembre de 2016

Una noche con Mondo Generator: conoce las luces y sombras de un concierto irrepetible

Cada vez que surge la oportunidad de telonear a una banda internacional, se siente un hormigueo especial en las entrañas. Tal vez no sea tan emocionante como tocar en Londres o Los Ángeles, pero el hecho de establecer lazos con artistas que viven a miles de kilómetros de distancia y pueden recomendar tu música allende los mares, supone un soplo de aire fresco, tanto para nuestra alma como, tal vez, para nuestro público.

Al fin y al cabo, de eso se trata: de establecer lazos. Y más cuando sabes que, por la banda a la cual teloneas, ha pasado Dave Grohl (Nirvana, Foo Fighters), un músico que nos inspira profundamente y al que, hace unos días, dedicamos un humilde homenaje. La historia que te contamos a continuación transcurre en la sala Lemon Live Music de Madrid, en la noche de un tibio domingo de Septiembre.

Nick Oliveri y sus compañeros de Mondo Generator no se quedaron atrás a la hora de encandilarnos con sus personalidades desatadas. La imagen de stoners, de chicos malos, bebedores empedernidos de tequila, contrastaba con la afabilidad en el trato dentro del backstage, su disposición amable y un saber estar curtido en mil batallas, pues la veteranía del músico no sólo se mide por la destreza que los años le han dado para tocar su instrumento, sino también por la honestidad a la hora de comunicarse.

Así, mientras el Nick del escenario se mantenía en actitud agresiva, engullía el micrófono para vomitarlo después y plagaba su discurso –no exento de humor– de palabras malsonantes, el Nick de a pie te miraba con esos ojos pálidos, venerables, y aceptaba de mil amores hacerse un selfie con nosotros, mostrando a cámara el ejemplar de nuestro disco, «Silent», que le acabábamos de regalar.


Mucho antes de todo esto, Neverend nos subíamos al escenario para ir abriendo el apetito de la gente que se iba dejando caer por la sala Lemon: gente que no tenía ni idea de lo que se iba a encontrar antes de que su banda favorita tomara las riendas de la noche. 

Íbamos con ganas de ser más intrigantes que de costumbre, de hipnotizar ligeramente al público. Casi sin advertirlo, conseguimos crear ese trance que no nace de la indiferencia hacia tu trabajo, sino de sumergirse en una música evocadora de otros mundos: una música que te hace olvidar los problemas de tu vida cotidiana.

Repentinamente, llegó el momento en que animamos a la gente para que entonara un grito de guerra al ritmo de los timbales. Sorprendidos por tan inesperado ruego, los asistentes pegaron un respingo y, como azuzados por una lanza de adrenalina, se entregaron en cuerpo y alma a nuestro llamamiento.

«Las noches nos sugestionan y nos encantan. El problema es cuando las noches se convierten en una pesadilla de la que no puedes despertar». Por mucho énfasis que pusiera Mar en presentar «The Wheel» de la forma más tenebrosa posible, la luz iba a estar muy presente, a la par que cuidada, durante toda la actuación. Atento, cálido y, a la vez, riguroso, Juan Carlos, el técnico de luces, trató de aislarse de las prisas de todo el personal para estudiar detenidamente nuestro set-list, así como las notas que había tomado al pie de cada canción. Su propósito era hacernos brillar como nunca, pues, en menos que dura un riff, se había convertido en nuestro fan.

Y, de esta forma, la noche pasó como un suspiro. Nuevos fans, brindis con tequila en el escenario, miembros de un grupo de renombre que te invitan a comer pizza y los compañeros de Grim Comet, una banda que, tras apearnos nosotros de las tablas, lo dio absolutamente todo allí arriba.

Suponemos que éstas son algunas de las cosas que te perdiste por no asistir al evento, pues, de lo contrario, no estarías leyendo estas líneas. Sin embargo, no hay mal que no pueda remediarse: nuestras historias acerca de noches iluminadas y nuestros paisajes llenos de sombras donde refugiarse, no dejarán de subirse a nuevos escenarios. ¿Te atreverás a descubrirnos?


Foto de Mar Souan sobre el escenario:  © metaltrip.com

jueves, 8 de septiembre de 2016

Café con Lena Katina: el día que nuestra cantante charló con la ex-vocalista de t.A.T.u.

Imagina que un día te llaman por teléfono y te dicen que vas a entrevistar a la cantante de uno de los grupos pop más célebres de las últimas décadas. Te avisan de un día para otro: es imposible decir que no. Mar recibió esa llamada de Lorenzo, nuestro manager, quien, con su campechanía característica, nos apercibió a los demás: «El 1 de Julio os robo a Mar. Me la llevo a un acto promocional». Así fue como nuestra cantante hizo su primera entrevista a una artista famosa, en concreto, Lena Katina, más conocida en España como «la pelirroja de las t.A.T.u.»


Efectivamente, la ex-vocalista de t.A.T.u., que presentaría en Madrid su primer disco en español, era una de las invitadas de lujo en la fiesta del Orgullo Gay. 

Quien haya visitado la capital a esas alturas del año, conoce el sol de justicia, la ilusión de espejos que el calor crea sobre el asfalto y la bofetada de cuarenta grados al salir del coche. En medio de tan asfixiante mediodía, caminaba Mar por la calle Príncipe de Vergara, sufriendo el efecto de unos vaqueros que ocultaban, mal que bien, unas medias blancas muy llamativas. Se ve que el conjunto elegido especialmente para la ocasión era demasiado extravagante para caminar entre ciudadanos de a pie.

«¿Quién me mandaría a mí meterme en estos compromisos? ¿Yo, que sólo quería ser profesora?» Rondaban estos pensamientos por la cabeza de Mar cuando, al llegar ante la oficina de Lorenzo, se halló sola, sin nadie que le abriera la puerta ni le ayudara a recoger ciertos papelitos que, por efecto de un traspiés, habían volado de su bolsillo al suelo: eran las notas que, con letra de desequilibrada, había garabateado nuestra cantante para orientarse en la entrevista. «No te cortes en absoluto con las cuestiones», había recomendado Lorenzo, «hazle preguntas comprometidas».

No tardó en presentarse un chico que también quería entrevistar a Lena: un fan de t.A.T.u. tan sumamente entregado que había estudiado ruso por ellas. A él también se le había recomendado hacer preguntas peliagudas, siendo tal su estado de nervios que Mar, a su lado, aparentaba la serenidad de una veterana periodista. A continuación, apareció una joven, guitarra al hombro, que deseaba tocar unos temas con la diva y, tras unos minutos que parecieron dilatarse como manecillas en un cuadro de Dalí, llegó por fin Lorenzo. Comienza la organización del espacio y el tiempo para la entrevista.


Una vez más, Mar se mira a sí misma y piensa en lo extraño de su aspecto, con más ahínco si cabe en esta ocasión, ya que Lena, la estrella, acaba de entrar por la puerta, vestida con ropa de lo más normal y haciendo gala de un trato cercano –a la par que exquisito– que la aleja del aura sobrenatural que confieren los escenarios. Cuando, al terminar de cantar con la guitarrista, ésta se disculpa por sus errores, Lena la tranquiliza: «Yo también la he pifiado en muchos sitios. No te preocupes, todos somos humanos». Y, cuando le llega el turno a Mar, nuestra cantante se da cuenta de que Lena también tiene preguntas para ella. ¡Sorpresa!


Tan sólo la melena roja, impecable, le da a la ex-vocalista de t.A.T.u. un punto de deidad, de persona con poderes especiales. Y también el sencillo cortejo que la acompaña: un inglés muy tímido que parece su manager y una intérprete que, al igual que el otro candidato a entrevistar, ha estudiado ruso por t.A.T.u.

Durante la conversación, Lena Katina habla de lo difícil que es convivir con la fama, especialmente si sucede como en el caso de t.A.T.u., que se hicieron conocidas de la noche a la mañana, siendo aún menores de edad. El síndrome de rockstars les afectó hasta tal punto que ambas artistas se comportaban con desdén hacia sus allegados, mostrándose groseras, incluso. Sus padres, por fortuna, intervinieron a tiempo: «¿A qué viene ese comportamiento? ¿Por qué sois tan descorteses con los demás?» La charla debió de dar buen resultado, pues la Lena adulta que conocimos era profundamente comedida, muy correcta cuando se le hacían preguntas delicadas.

«Miradlas», nos decía Lorenzo meses después, mientras veíamos el vídeo, «parecen dos amigas tomando café», y en su rostro se dibujaba la satisfacción de alguien que ha conseguido un pedacito de Olimpo para un artista de su roster. De hecho, la charla con café imaginario duró tanto tiempo que al otro candidato no le dio tiempo a hacer su entrevista. «¿Tú crees, Mar, que tengo buen acento?», preguntó Lena en un punto de la conversación. Para entonces, el calor asfixiante había dejado de agobiar a Mar, la extravagancia de su original conjunto se había convertido en elegancia y el tiempo nunca más volvió a dilatarse como los relojes en un lienzo de Dalí.

jueves, 23 de junio de 2016

Danos dos minutos y te desvelaremos los detalles de nuestro próximo concierto

Hay una especie de afinidad poética entre los moteros y los paisajes áridos. Aunque lo esencial es una vía asfaltada sea cual sea la naturaleza de alrededor, parece que el cine, las revistas y, en definitiva, las grandes historias de moteros, nos han acostumbrado a la imagen de la carretera interminable a través del desierto.

Puede que el sur de Madrid no sea precisamente lo más parecido a las planicies de Nevada, pero entre sus baldíos y sus polígonos (de edificios tan ocres como el campo que los rodea), acudimos los miembros de Neverend a una reunión con los organizadores de nuestro próximo concierto. Imaginamos que ya os habréis hecho una idea de cuál es su estilo de vida.

Conducía Jorge, como la mayoría de las veces, y no precisamente una moto customizada, sino un turismo que, a la velocidad habitual en nuestro guitarrista, tomaba las curvas de la carretera secundaria de la forma más violenta posible. Con la aguja del cuenta-kilómetros sometida a esta tortura, no nos fue difícil llegar en un tiempo récord al polígono «Los Caballos» de Humanes de Madrid.

Buscábamos al Ave Fénix y la encontramos rápidamente. Nos referimos al nombre de la Casa Club de los FX MC, una organización motera que hace justo un año pasó de ser un Gang a un Motor Club, una zancada al frente tan importante que han decidido celebrar su aniversario con dos conciertazos y un día lleno de actividades. Las máquinas imponentes aparcadas junto a la nave de la calle Rocinante (nombre épico donde los haya) nos confirmaron que el GPS no se había equivocado.

Recibidos por una junta directiva que nos hizo sentir como en casa, acordamos el plan de actuación mientras lo flipábamos con las instalaciones, que aparte de un buen escenario y una gran barra, incluían una zona VIP dominada por un póster de la película «300». En él, podíamos ver a Leónidas en posición de rebanar cabezas y, la verdad, su mirada era tan fiera que nos hizo sentir que, mientras no saliéramos del recinto, nuestras vidas estarían protegidas por el mejor de los guardianes.

Con reuniones de trabajo tan épicas, uno se olvida de lo difícil que es dedicarse a la música. Sin embargo, la historia no acaba aquí. Continúa el sábado 25 de Junio a las 22.00 con el conciertazo de unos servidores. Si os pasáis con antelación, también podréis disfrutar de nuestros compañeros de cartel The Bleeding Gums Band. Y es que los páramos del sur de Madrid nunca han sido tan salvajes.


martes, 31 de mayo de 2016

Canciones de Neverend que aún no has escuchado



Ya venía siendo hora, después de rodar nuestro querido «Silent» por diferentes sitios, de sentarnos todos juntos a componer nuevos temas. Aunque todavía nos haremos de rogar un poco antes de subir al escenario con alguna de estas novedades, la grabación de la maqueta no se ha hecho esperar.

En las fotografías, os enseñamos algunos momentos del proceso en el que estamos inmersos. Como veis, David anda muy atareado a las baquetas; no menos que Jorge, que ha guardado momentáneamente su guitarra con tal de dedicarse a las labores de grabación y mezcla.


Nuestros planes con respecto a esta maqueta no consisten en publicarla tal cual, como ya hicimos con esas demos primerizas que conformaron la muestra de nuestro trabajo mientras no podíamos permitirnos la grabación de un álbum de debut. En una fase en la que continuamos con la promoción de nuestro disco «Silent», la maqueta sirve, por encima de todo, como herramienta de trabajo. Una escucha atenta de lo que hemos grabado nos permitirá corregir esos pequeños errores que se nos han pasado al componer las canciones, así como eliminar cosas que sobran o añadir ingredientes a pasajes que se nos antojan vacíos.

Dentro de un tiempo, cuando llegue la hora de encerrarse de nuevo en el estudio para concebir un segundo álbum de Neverend, una maqueta con más temas que ésta nos servirá como borrador para producir el disco, de manera que, al entrar en la pecera, cada uno de nosotros tendrá perfectamente claro su papel en cada una de las canciones.



Y, respondiendo a vuestra curiosidad por saber cómo suenan nuestras nuevas creaciones, os confesamos, así en confianza, que tal vez cometamos ciertos deslices y filtremos alguna pequeña sorpresa. Dadnos algo de tiempo…


lunes, 23 de mayo de 2016

¿Cómo pegar fuerte a pesar de ser una banda experimental?

Ha llegado casi sin avisar, sin dar tiempo a sus fans para ahorrar algo de calderilla con que comprarlo. O, mejor dicho, sin dar tiempo para que se gasten el dinero en otra cosa. Nos referimos al último trabajo de Radiohead. 

La verdad es que nos tenemos que quitar el sombrero ante las estrategias de marketing seguidas por ciertos músicos, estrafalarias, sí, pero tan eficientes como para lograr que un álbum como «A Moon Shaped Pool», del que varias canciones ya son conocidas, tenga un impacto importante entre el público.

                                                                                                        © Rolling Stone

Sembrar el caos y la confusión
El primer paso para propagar el pánico entre los seguidores de la banda de Oxford, fue eliminar todo el contenido de las redes sociales y dejar su web completamente vacía, como si un error fatal provocara que la pantalla del ordenador se quedara en blanco al acceder a la página. Hubo algunos acérrimos que se olieron la tostada, pues, meses antes, tras haber comprado en la tienda oficial del grupo, recibieron una carta que decía lo siguiente: «Canta una canción de seis peniques que dice “Quema la bruja”. Sabemos dónde vives». Efectivamente, muchos conocían ese «Burn The Witch» desde hace años, pero la verdad sea dicha: qué gran forma de reestrenarla por todo lo alto.

Otro de los temas del disco, «Daydreaming», se complementa con un videoclip dirigido por Paul Thomas Anderson, ese cineasta que no cesa de sorprendernos con marcianadas como «Magnolia» o «Pozos de ambición» y cuya colaboración con el grupo no es fortuita en absoluto, ya que su guitarrista y teclista Jonny Greenwood ha compuesto la banda sonora para varias de sus películas.



Recompensar generosamente
Por fin, después de haber superado todas las pruebas de esta yincana propuesta por Radiohead, contamos con su último disco disponible en una página abierta exclusivamente para comprarlo, de momento en teledescarga, si bien se nos invita a esperar hasta Junio para adquirir lujosísimas ediciones en LP y libro-CD. Y, para no dejar ningún cabo suelto, en la carpeta del vinilo nos tendrán preparada una tarjeta con un código para descargar el disco, suponemos que de forma gratuita. Hay que ver cómo están en todo.

Así que, ya veis... Si lo pensamos bien, tenemos mucho que aprender de las estrategias de una banda de art-rock que supera con creces las cifras de ventas de cualquier otro grupo de su estilo. Confunde a tu público, pero déjale un rastro de migas para que, en medio de tal confusión, pueda seguir el sendero que tú, y no otro, le has marcado. Y, lo más importante: al llegar a la meta, sé muy detallista con los premios.

jueves, 19 de mayo de 2016

Rock y música electrónica, ¿enemigos íntimos?

Talibanismo musical. Nos llama la atención este concepto que, con toda la ironía del mundo, ha inventado un bloguero amigo nuestro para referirse a la actitud de algunos consumidores de música; los cerrados, los empeñados en adorar ciertas bandas o estilos mientras desprecian otros sin haberlos escuchado siquiera.

Tal vez seamos algo inocentes al pensar que, a día de hoy, ya no se dan casos tan extremos como en aquellos grupos de amigos de los ochenta, pues nuestros padres nos han contado alguna vez eso de que, por un lado, estaban los heavies y rockeros, amantes de Barón Rojo, los Judas, los Purple… y, por otro lado, los modernos, asiduos de Depeche Mode, Pet Shop Boys y demás grupos que usaban cacharritos en lugar de «instrumentos de verdad».

Queremos pensar que, con el paso de los años, la aceptación de las innovaciones musicales y la evolución de la tecnología al servicio de los músicos, han acabado por hacer que aquellos estilos que parecían imposibles de emparejar, se den la mano sin gran polémica por parte del público. Y es que, hoy día, a nadie le escandaliza que una banda de rock utilice sintetizadores o secuencias programadas, o que un artista electrónico agarre una guitarra y se marque unos riffs metaleros… De acuerdo, quizás nos estemos pasando un poquito. ¿Seguro que esa aceptación no tiene límites? ¿Acaso ya no existe gente convencida de que, para hacer música electrónica, solo hace falta apretar un botón y esperar a que la máquina produzca una canción por sí misma?

Queremos hablaros de dos bandas de rock que nos gustan mucho y que, habiendo convertido la pincelada electrónica en marca de la casa, han desconcertado últimamente a sus fans por utilizar este medio más de lo acostumbrado.


Skunk Anansie: son rockeros, son inclasificables; son el ejemplo perfecto de banda que ha triunfado por escapar de todas las etiquetas del mundo. En su caso, el elemento electrónico se cuela en sus discos de manera más o menos tímida, y, no nos vamos a engañar, la cosa queda muy bien. Sin embargo, ¿qué pasa con su último álbum, «Anarchytecture», que nos ha dejado pensativos a todos?

De entrada, escuchamos un primer tema que parece encaminado descaradamente al baile y, durante todo el disco, van surgiendo aquí y allá pasajes con cajas de ritmos, sintetizadores ácidos y alguna atmósfera densa. No hace falta mucho más para desorientar a los fans del grupo británico, por mucho que sigamos encontrando canciones que nos recuerdan a los Skunk Anansie guitarreros de toda la vida. Que conste que a nosotros nos parece un disco formidable.


Muse: en la banda de Matt Bellamy, hay sintes, arpegiadores y demás cachivaches desde sus inicios, y, francamente, jamás habíamos conocido un grupo que tuviera tanto éxito siendo tan difícil de etiquetar. Bueno, en realidad, jamás habíamos conocido un grupo tan bueno. La pregunta incómoda, que muchos os haríais en su momento, viene ahora… El penúltimo álbum, «The 2nd. Law»… ¿En qué demonios pensaban?

Fue un vídeo promocional, aparecido con mucha antelación al disco, el primer paso para sembrar el pánico. Y es que en el pedacito de música que nos regalaron, no encontrábamos guitarras, ni bajos llenos de efectos ni tampoco la voz de Matt. Solo oíamos… ¡Dubstep! ¡Un tema de dubstep! El género electrónico de moda a principios de esta década, la música que todo el mundo escuchaba, imitaba y trataba de mezclar con sus temas caseros para que sonaran modernos, hasta que tanta modernez se volvió rancia. Estamos seguros de que la paranoia llevó a muchos fans a defenestrarse. Otros rajaron y despotricaron de lo lindo en sus blogs. ¡Muse haciendo dubstep! ¡Qué barbaridad era aquella! Sin embargo, los que prefirieron esperar la salida del álbum antes de opinar, se encontraron con un disco plagado de samples, palmas enlatadas, bajos sintéticos… y, por suerte, no demasiado dubstep. De cualquier modo, el debate sobre la deriva de Muse estaba servido.


Seguramente, podríamos hablaros de muchas más bandas, de cualquier época y estilo (The Beatles, ahí queda eso), que brillaron por meter arreglos electrónicos en un espacio normalmente reservado a guitarras, bajo, batería. Es más, podríamos opinar como otro buen amigo nuestro, metalero como el que más, sosteniendo que, sin música electrónica, el rock no existiría. Pues, ¿qué sería de nuestros riffs y nuestros solos sin pedales de distorsión, flangers, ecos, wah-wahs…? No hablamos de electrónica simplemente porque todos estos cacharritos necesiten enchufarse, sino por ser instrumentos esenciales dentro de la mayoría de estilos electrónicos. Está visto que el rock, de una u otra manera, se ha nutrido de la música electrónica –y viceversa– desde el principio de los tiempos.

lunes, 7 de marzo de 2016

Un ave de cine: entrenar para romper barreras

© Blanca Juan
¿Os acordáis de esta foto? Muchos de los seguidores que estéis atentos a nuestras redes sociales seguramente lo hagáis, si bien es cierto que algunos podríais no reconocer  a nuestra cantante Mar Souan antes de su cambio radical de look. El amigo tan solemnemente posado en sus manos es Mongui, el joven azor que formó parte del reparto de «Silent», nuestro último videoclip. El trabajo, dirigido por Víctor Perezagua, se publicó el pasado viernes 26 de Febrero.

El rodaje de «Silent» reunió a un amplio equipo técnico y artístico, que incluía a tres actores, script, director de fotografía, operadores de cámara, personal de iluminación, maquilladora, fotógrafas que documentaron el proceso y cetreros.

El texto de «Silent» es la llamada a la rebelión contra un elemento opresor. De manera alegórica, se relata cómo un pueblo, que ha aguantado años de opresión y obligado silencio, que nunca se ha atrevido a reclamar lo que le pertenece, se pone por fin en pie dispuesto a romper esa suerte de muro callado que le separa de su libertad. La letra anima, incluso, a utilizar ciertas «armas» y tácticas de guerra, tales como el fingimiento de la derrota –«finge tu caída», se dice en la canción– para engañar al enemigo.

Puesto que cantamos en clave de metáfora, disponemos de toda la libertad del mundo para hacer la interpretación que deseemos. A la hora de llevar la alegoría a la pequeña pantalla, se decidió que el pueblo oprimido estuviera representado por cuatro personajes aislados, encerrado cada cual en su pequeño universo, y que la opresión no fuera ejercida por una figura o grupo autoritario, sino por adicciones, a saber, la adicción al trabajo, a la tecnología y al culto corporal acompañado de sustancias artificiales para aumentar el rendimiento.

En esta historia, nuestro joven azor es un símbolo utilizado para sintetizar el argumento del vídeo, ya que, mientras los personajes son presos de sus adicciones, él permanece encerrado en una jaula y, cuando aquellos consiguen liberarse de las mismas, éste emprende el vuelo fuera de su celda.
Merece la pena dejar constancia de que, fuera de la ficción, nunca existió tal celda. En todo momento, el pequeño Mongui fue libre, obedeciendo tan solo a los criterios aprendidos durante su aún corto entrenamiento de cetrería. Para crear la ilusión de una jaula, se colocó el fragmento enrejado de un carro de la compra delante del objetivo.

Meses después del rodaje, llegó a nuestros oídos una triste noticia que se nos antoja augurada por el propio relato de «Silent». Por lo visto, el joven Mongui hizo caso del llamamiento expresado en la canción y decidió emprender el vuelo fuera de sus muros, esta vez de forma literal. Sus entrenadores trataron de recuperarlo en una peligrosa persecución en la que se vieron obligados a cruzar a pie una autovía. Desgraciadamente, las piernas humanas no sirven de mucho cuando se trata de alcanzar a un ave en pleno vuelo, impulsada sin remedio por el instinto de cazar.

El dolor ante esta noticia sobreviene cuando somos conscientes de que un azor tan joven no posee, aún, las habilidades necesarias para cazar y sobrevivir en el medio natural, muy a pesar del esmero con que los cetreros enseñan a sus animales las técnicas necesarias para conseguir alimento sin intervención humana.

En ocasiones, en Neverend nos hemos dado ánimos imaginando la llegada de Mongui a algún monte rebosante de caza, un lugar idílico donde el ave pudiera obtener fácilmente su sustento. Esté donde esté, siempre dispondremos del mejor de los álbumes para recordarlo, un álbum con imágenes en movimiento donde lo contemplamos tan esplendoroso como callado, a la espera –sin que nosotros lo supiéramos– de romper su silencio.


lunes, 15 de febrero de 2016

Batallas de bandas. ¿Por qué fomentar la competitividad entre músicos?

Muchas bandas de rock nóveles –y no tan nóveles– que luchan por hacerse visibles, contemplan cotidianamente la necesidad de participar en diversos concursos musicales; certámenes que enfrentan a unos grupos contra otros por un premio más o menos interesante. Las condiciones de estos encuentros suelen consistir en adaptar el repertorio a un tiempo comprendido entre los treinta y los cuarenta y cinco minutos, conseguir reunir ante las tablas a un mínimo de cuarenta seguidores y compartir escenario con otras tres o cuatro formaciones.

En nuestro caso, la motivación para participar en un concurso, más que las promesas de lograr la ansiada recompensa, recae en la oportunidad de tocar en salas interesantes, la promoción derivada del concurso, los medios de comunicación que convoca y, en definitiva, la posible difusión de nuestra música.

© Sofía Boriosi
Lo cierto es que no son pocas las desventuras que hemos acarreado tras pasar por varios eventos de este tipo. Sin embargo, confesamos haber obtenido resultados bastante satisfactorios dentro del concurso Ingenios de la madrileña sala Caracol. Nos tiramos a esta piscina sin tener una idea clara de que, en realidad, consistía en una competición. ¡Era la sala Caracol! No necesitábamos mejor recompensa que el hecho de actuar allí.

Fue así que un cálido día de Mayo tocamos en una primera fase. La velada requirió el viaje transpirenaico de nuestra cantante Mar Souan, que en aquel momento vivía en París y que, dicho sea de paso, pensó que esa pequeña molestia en su garganta no sobreviviría al clima seco de la España continental. Craso error. Una especie de epidemia parecía haberse gestado en las laringes de los vocalistas participantes en el concurso, disculpándose tres de las cuatro bandas por la voz algo tocada, que no desastrada, de sus cantantes.

© Sofía Boriosi
La prueba de sonido es uno de los retos importantes de estos concursos. Si ya es complicado ajustarse a los tiempos de las hojas de ruta con dos bandas –como suele ser habitual en un concierto convencional–, imaginad con cuatro: al batería de una banda le incomoda la ubicación del charles, el guitarrista de otra se niega a utilizar un amplificador que no sea el suyo, un cantante no está conforme con lo que escucha por su monitor pero otro sí lo está… Si a todo esto le sumamos la falta de puntualidad de algunas personas, problemas técnicos con los equipos y un sinfín de posibles contratiempos, poseemos los ingredientes necesarios para sembrar el caos y la histeria generalizada, incrementando así las posibilidades de ofrecer un directo fallido por culpa de los nervios.

© Sofía Boriosi
No obstante, una vez superado el trauma de las pruebas de sonido, tan solo queda centrarse en el concierto que se tiene por delante. De esta manera, hemos logrado sobreponernos a las adversidades y actuar con toda nuestra fuerza e ilusión en la sala Caracol. En Neverend, solemos darle la puntilla justo antes de empezar, cual equipo de rugby, con un choque de puños entre nosotros y un «grito de guerra» que no reproduciremos aquí para no herir sensibilidades.

El resultado fue un gran concierto y una velada fantástica en la que entablamos, por si fuera poco, una entrañable amistad con alguna de las otras bandas. Este último factor tira un poco por tierra el presunto afán de competitividad entre grupos; una competitividad que, para nosotros, no tiene mucho sentido, pues la unión hace la fuerza.

martes, 2 de febrero de 2016

Recuerdos de nuestra primera gira

Toda banda que se precie atesora anécdotas más o menos peculiares de sus comienzos… Los primeros conciertos, la primera gira, la primera vez que alguien arrojó una hortaliza al escenario o vitoreó al grupo mientras mostraba orgulloso una camiseta con el nombre del mismo a las otras diez personas presentes en la sala. En Neverend no son pocas las historias, entrañables al fin y al cabo, que nos sonrojan. Sin embargo, recordamos con especial cariño -y ningún rubor, pues fue una experiencia inolvidable- la primera vez que salimos a tocar fuera de Madrid. Nuestro destino fue la localidad cántabra de Torrelavega.

Debemos destacar la especial implicación de Mar Souan en la organización del evento, ya que los veranos pasados con la familia en esta tierra le han granjeado un buen puñado de amigos, por no hablar del alojamiento gratuito al que los parientes de nuestra cantante nos abrieron las puertas.

Las estaciones meteorológicas marcaban un sofocante 90% de humedad cuando la pequeña furgoneta que habíamos alquilado se presentó en una aldea bastante apartada de la ajetreada Torrelavega. Minutos después de nuestro alunizaje en tan recóndito lugar, un pletórico David, nuestro batería, nos informó de que un coche que había pasado a su lado llevaba puesto a todo volumen nuestro tema «Apocalypse», por aquel entonces solo existente en maqueta. ¿Realidad o ficción? ¿O tal vez buenas amigas de la cantante que pasan con el coche en el momento y con la música oportuna? La ilusión de internacionalidad cántabra no tardó mucho en disiparse.

Tampoco faltó el recorrido turístico de rigor por el pueblecito, adoptando Mar un conseguido rol de reportera de «España directo», antes de ser conducidos a la casa rústica donde pasaríamos el fin de semana envueltos en jirones de niebla, una maravillosa vista de la lejana Universidad de Comillas y el canto de decenas de gallos. En la entrada, una gloriosa barandilla, diseñada expresamente para la casa, nos daba la bienvenida con su forja en forma de pentagrama sobre el cual se engarzaban esas celebérrimas notas de la Novena Sinfonía de Beethoven.


Al caer la tarde, nos desplazamos a la pequeña sala Arena de Torrelavega. Nuestros compañeros de cartel se hacían llamar MerylStreep, un cuarteto de muy marcada estética indie en el que tres jovencísimas santanderinas se hacían cargo de guitarra, bajo y voz principal, mientras que el batería, no menos joven que sus acompañantes, constituía la única presencia masculina del grupo. Ya en la prueba de sonido, hubo un momento muy original cuando el técnico de sonido preguntó a las chicas si tenían teclista. «Sí», respondió la aludida mientras sacaba del bolso un minúsculo teclado de juguete con un estampado de la rana Gustavo y el logotipo de «The Muppets» en vistosas letras doradas.

Después de aquella magnífica velada, salpicada toda ella de un cierto aroma almodovariano, nos dio mucha pena no poder quedarnos un rato más a tomar unos cachis de vino con nuestras compañeras, que tuvieron que regresar con cierto apresuramiento a la distante Santander.

No obstante, lo que más nos dolió fue que también nuestro guitarrista, Jorge Campos, tuviera que pasar la noche conduciendo, pues al día siguiente debía hallarse en Madrid por motivos laborales. A punto estuvo de perpetrar un plan para bañarnos en la playa de Comillas a altas horas de la madrugada pero, a día de hoy, todavía nos queda pendiente poner en práctica dicha aventura.

En vista del vacío que Jorge nos dejó en las fotografías de la estancia en Cantabria, no dudamos en reservarle un hueco en las tomas, de manera que, posteriormente, pudimos insertarlo con Photoshop y hacernos la ilusión, no sin poco regocijo, de que realmente estuvo allí.


sábado, 30 de enero de 2016

Cambio de imagen (II). La sesión fotográfica


Un estudio de fotografía es algo así como un lienzo en tres dimensiones. Dentro de la abundante oferta de estudios que hay en Madrid, cada cual tiene su propia estética. Unos son más underground y otros más asépticos, decorados aquí con colores cálidos y allá con tonos fríos, y, donde algunos colocan la reproducción de un Warhol, otros ponen una estantería con gruesos tomos de fotógrafos célebres, siendo posible hojear la obra de Richard Avedon o Helmut Newton mientras se espera a que los anteriores inquilinos desocupen el estudio. No obstante, todos estos adornos van dirigidos a hacer más atractivo un lugar que, dicho de forma escueta, consiste en un espacio diáfano; un voluminoso folio en blanco donde jugar con figuras. 

Nosotros nos presentamos en uno de estos estudios acompañados por la fotógrafa Clara Paradinas. Previamente, habíamos mantenido una serie de conversaciones con la agencia que nos echa un cable en estos asuntos para definir el estilo de las fotografías. De la misma forma que, en una fase anterior, habíamos marcado las pautas de la vestimenta, debíamos obtener ahora unas imágenes representativas de nuestro estilo musical, de esa tendencia al claroscuro que, por lo visto, se da en nuestro sonido.

Lo interesante de aquella sesión fue que, después de un primer tiempo en el que se llevaron a cabo las ideas preconcebidas que creíamos idóneas para nuestras imágenes, nos entregamos a una serie de licencias creativas que posteriormente nos sugirió Clara… Y, ¡sorpresa! Su apuesta funcionó y las tomas resultantes parecían aún más aptas para los fines publicitarios que buscábamos.

Escribimos estas líneas pensando, especialmente, en la fotografía donde la banda, a modo de marionetas, deja sus extremidades a merced de unos hilos manejados entre bastidores. La imagen, desde luego, no tiene desperdicio… A más de uno le puede resultar incluso irónica si piensa con cierta malicia en las presiones, avatares y vaivenes a los que está sometido este bello berenjenal que es el mundo de la música.

A la hora de hacer la toma, el grupo no fue atado a nada en ningún momento. Nos colocaron en las muñecas unas pulseras de hilo negro y nos pidieron que mantuviéramos nuestros brazos en vilo, en posturas extrañas, dejando las manos muertas. Después de todo, el dolor de brazos mereció la pena, así como el tiempo y minuciosidad que la edición de la foto exigió a Clara, pues los hilos fueron añadidos con Photoshop hebra a hebra.

Así las gastamos nosotros. Si la minuciosidad es o no un valor presente en nuestra música es un interrogante sobre el que invitamos a opinar a nuestros seguidores. Lo incuestionable, en este caso, sería la atención al detalle que suelen mostrar nuestros colaboradores y la importancia de ese esfuerzo a la hora de impulsar y difundir nuestra música.